miércoles, 15 de septiembre de 2010

VI

Llevo aproximadamente dos horas dando vueltas. Me ha cerrado con llave sin darme ninguna explicación. No entiendo nada. Comienzan a arderme las sienes. No hago más que preguntarme cosas que no puedo responder. Por la rabia he dado una patada a la caja de paraguas. He estado mirándolos un rato, son todos distintos. La situación es desesperante. En la habitación no hay nada con qué entretenerse. También me he tendido un rato en la cama a ver si así lograba relajarme, pero la situación ha sido tan surrealista e incómoda que me ha dejado un estado de nervios insoportable. He tratado de elucubrar durante un buen rato acerca del tipo de relación que puedo mantener con ese tipo. Es posible que me tenga retenida o secuestrada, sin embargo algo en él me es tremendamente familiar. He imaginado después todo lo que le preguntaré en cuanto vuelva, tendrá que darme muchas explicaciones. También me he imaginado torturándole, haciéndole sufrir. Sería inútil cualquier acción violenta contra él, dado su tamaño y el mío. Ahora que lo pienso hay algo que sí puedo hacer. Me acerco a las mesillas, abro los cajones esperando encontrar algo que me sirva para lo que planeo. No hay nada, ni siquiera papel y lápiz. Voy al baño, allí tampoco encuentro nada, sólo las toallas usadas y unos botes pequeños de gel y champú. Me giro, miro y busco en todas las direcciones algo con lo que llevar a cabo mi plan. Parece que alguien se ha esforzado mucho en no dejar ningún objeto metálico y punzante a la vista. Ni siquiera un kit de costura propio de la gratitud hotelera. Me fijo en el suelo. En un rincón tapado por casi un rollo entero de papel higiénico está el maldito cacharro que estampé contra la bañera. Sólo recordarlo hace que me suba un escalofrío desde los talones hasta la nuca. Quizá esa sea la única solución, desmontarlo y ver si alguna pieza me sirve para abrir el candado. Me da grima e incluso miedo tenerlo entre mis manos, más aún trastear con él o destriparlo, pero dada la situación prefiero eso antes que estar de brazos cruzados quién sabe cuánto tiempo. Para que no sea tan desagradable quito la funda a una de las almohadas y lo meto ahí como si fuera un saco. Luego con toda la fuerza de que dispongo le doy varios golpes contra el suelo del baño. Creí que tardaría más en romperse. Una vez los añicos suenan como cascabeles me dirijo a la habitación. Pongo la bolsa de deporte encima de la cama. Abro cuidadosamente la funda que esconde los trocitos del endemoniado aparato. Intento no mirar, con la mano hurgo en la funda a ver si consigo encontrar algo que me sirva para abrir el candado de la bolsa. Los trozos son demasiado pequeños. Aún así lo intento con alguno de ellos. Nada, no se abre. Mi cabreo aumenta. Zarandeo la bolsa como si fuera un pelele. Entonces me doy cuenta: No le debo nada a ese tipo, si ha sido capaz de encerrarme y tratarme de tan malos modos no tengo porqué ser yo amable o remilgada en mis propósitos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dime cómo ha sido tu viaje: