Dodge Diplomatic

Ruido de motor, el viejo cassette empieza a reproducir una cinta casera.
Yo no soy el hombre. Te dije una vez frente a la costa. En esa ocasión nos despedíamos y tú te abrazaste fuerte a mí y dijiste, lo serás. Luego caminamos unos pasos hasta alcanzar mi moto y me dijiste sonriendo: un último abrazo y lo serás. Supe entonces que no me iba muy lejos, ni por mucho tiempo. A las dos semanas volví a buscarte. Recorrimos muchos kilómetros atados el uno al otro. Tú te agarrabas tan fuerte que a veces podía sentirte tan dentro como mis pensamientos. Un día te dejé escoger la ruta y me llevaste a un pueblo del sur. Paramos en una gasolinera, bajaste y te dirigiste al tipo de detrás del mostrador. Yo os miraba por el cristal desde fuera. El tipo parecía sorprendido, soltó lo que llevaba en las manos y corrió a abrazarte. Hablabais como dos niños, el te cogía la cara y te miraba de arriba a abajo. Cuando saliste lucias la sonrisa más bonita que jamás te he visto, tenías el pelo revuelto y cierto aire infantil. Me enseñaste un racimo de llaves y guiñaste un ojo. Te voy a llevar al paraíso, pequeño. Cuando quitamos la lona a este cacharro tú saltabas de alegría. Gritabas: Podremos llevar equipaje y mirarnos a los ojos en las curvas! Monta y verás lo que este viejo Dodge es capaz de hacer. Así empezamos nuestro viaje. Tú comprabas cintas de música en cada sitio donde parábamos y te las aprendías de memoria. A los pocos días, aún estábamos cerca del pueblo, viste un perro tumbado en la cuneta, cerca de una parada de autobuses, paraste y te acercaste cantando. Yo no daba crédito. Le cantabas una vieja canción mirándole a los ojos desde lejos, entonces él se levantó y comenzó a moverse a tu alrededor. Era un disparate de baile en medio de ninguna parte. Volviste al coche, te sentaste en el lado del copiloto y miraste atrás sacudiendo tu mano de un lado a otro despidiéndote de él. Te salía medio cuerpo por el agujero de la ventanilla. Volviste dentro riéndote tanto que tardaste más de cinco minutos en recuperar el aliento y aún así continuabas tarareando esa canción. Luego me miraste muy seria y me dijiste: No volveremos por aquí, tendremos que crear nuestro propio paraíso, tendremos que encontrarlo. Yo volví tiempo después a aquella tierra, es necesario que lo sepas.


Texto y foto: Nares Montero